Las fotografías las realicé el pasado sábado en el itinerario descrito en el título. Fueron 130 Km y 3.600 metros de desnivel.
En nuestra civilización el presentador del tiempo es algo así como el hombre medicina de los Indios americanos.
Gesticula, pronostica y emite frases indescifrables como nubes altas, apertura de claros y mercurio parriba mercurio pabajo.
O sea que tiene, y tratando de seguir su jerga, grandes credibilidades.
Entenderán, ustedes, que servidor diese por bueno eso de que el invierno está muerto y enterrado, que es algo pasado de moda, de los tiempos de antes más.
Así pues, a veces parezco un turista, me decidí a dar una
vuelta por los Pirineos.
Pero, y por razones obvias, quedó una ruta excesivamente
dura, librada con más pena que gloria, por aquello del frío y del viento.
Los primeros 25 kilómetros, casi siempre en ascenso, los
hice bastante bien y coroné el Soudet (1.540 metros) manteniendo intactas las
expectativas.
En el largo descenso me quedé frío y ya no pude entrar en calor.
Ambiente
triste y grisáceo en el ascenso al exigente (950 metros de desnivel en 10 Km) Col de Erroymendi (la cota 1.340 del célebre Larrau) que no ayudó a recuperar el optimismo.
La carretera parece transitable hasta la cima pero un viento
huracanado me invita, o mejor dicho, me empuja, a dar media vuelta.
El agua está fresquibiris, que diría la Reynols, y ni el mismísimo Chuck Norris, en sus años mozos, hubiese
osado a darse aquí una zambullida.
La Vuelta a España subirá esta vertiente del Soudet en la
etapa que acabará en el Aubisque. Incomprensiblemente lo han rebautizado como Piedra de San Martín y, peor aún, lo han catalogado como Primera Categoría.
Comienza muy suave pero los últimos 11
kilómetros tienen rampas demoledoras.
Cociéndome, merced a la exigencia del puerto y a la
necesaria ropa de abrigo, desde la cabeza hasta la cintura y con las piernas
congeladas, cortesía de la temperatura y del viento, bien podría parecer la
última invención culinaria de Ferrá Adriá.
Acabo el puerto con más pena que gloria y decido recortar el
programa del día, que apuntaba a los 4.000 metros de desnivel, y bajar al coche sin dar ningún rodeo.
Éramos pocos y parió la niebla.
Clásica foto en el descenso hacia Lees Athas.