miércoles, 13 de agosto de 2014

Larués, Longás, Sibirana, Roita, Gordún, Isuerre, Pintano, Larués


Las fotografías las realicé ayer en el itinerario descrito en el título. Fueron 110 Km (80 por pistas y caminos y el resto por carretera) y unos 2.000 metros de desnivel.

Pensé que ya me había recuperado de la Brevet 1.000 Km de Zaragoza y me equivoqué porque de fuerzas anduve justo.

Di por digeridas las quinientas cervezas que me bebí el pasado sábado (a mi lado un inglés en la Costa Brava hubiese parecido un monaguillo) pero no fue así y pesaron sobre manera.

De esto me di cuenta ya en los primeros kilómetros pero continué porque, a veces, la curiosidad por visitar ciertos lugares puede con todo.


San Juan de la Peña cubierto por las nubes.


Vista sobre Larués desde la subida de Campo Grande.

Por lo ya comentado sudar San Miguel en la exigente subida al Portillo de Longás (unos 3 Km al 9%) fue cosa de ciencias y no de milagros.

Para acceder al Corral del Calvo (Monasterio Pre-románico) hay que desviarse unos cientos de metros de la pista principal. Conviene estar atentos porque la señal que indica el lugar está en el suelo y apenas llama la atención.


Las Torres de Sibirana nos demuestran que este camino, tiempo atrás, debió de tener cierta importancia. Aunque nunca se sabe y tal vez fuesen la versión medieval del actual aeropuerto de Huesca, y por aquí no pasase ni el apuntador.


El Parque Eólico de Petilla deja magníficas vistas tanto al sur (donde puede apreciarse el Moncayo) como al norte.



Para acceder a Roita, a parte de necesitar un mapa porque no hay indicaciones, se requiere andar medio kilómetro.







Vistas sobre Urriés y Ceñito.


Gordún me pareció un pueblo de visita obligada. Supongo que esa pared, en medio de la plaza, sería el frontón.




La subida a la Sierra Sarda desde Isuerre cada vez me parece más dura. Aunque las vistas que ofrece, tanto al norte como al sur, la hacen muy recomendable.

Una foto de Lobera de Onsella

Santo Domingo

Una vez que llegamos al punto más alto comienza un rompepiernas demoledor.

Vista sobre Pintano. Al fondo la Foz de Sigüés y el Orhi (primer dos mil de los Pirineos desde el Atlántico).

Iglesia románica de Bagüés.

Oroel y San Juan de la Peña.


miércoles, 6 de agosto de 2014

Crónica de la Brevet 1.000 Km de Zaragoza, 3 de agosto de 2014


Aventura dedicada al Real Zaragoza por sus éxitos y sus fracasos, siempre obrados al borde del milagro, que valen más que todo el oro acumulado en las vitrinas de los grandes.

Recordé una tarde en la que el Real Zaragoza no tuvo ni pasado ni futuro porque sólo contaba el minuto presente, recordé un equipo luchando contra el reloj, vaciándose, retorciéndose, muriendo en busca de una remontada imposible, de un sueño imposible.

Aquel encuentro, frente al Málaga, acabó en victoria (3-2) y el Real Zaragoza llegó a la última jornada (temporada 1.999-2.000) con opciones de ganar el título.

Al final no pudo ser, el equipo sucumbió en Valencia y el Deportivo venció al Español pero pude soñar con algo impensable y, por un instante, llegué a tocar lo que siempre di por inalcanzable.

Aquella temporada fue un regalo maravilloso.

El itinerario de la prueba fue el siguiente: Zaragoza- Cariñena- La Almunia- Morata de Jalón- Sabiñán- Calatayud- Daroca- Teruel- Montalbán- Calanda- Castelserás- Valderrobles- Calaceite- Maella- Caspe- Fraga- Sariñena- Grañén- Huesca- Puente La Reina- Ruesta- Sos- Ejea- Magallón- La Almunia- Cariñena- Zaragoza.

Afrontamos este duro recorrido (sobre todo en lo psicológico por la infinidad de rectas que parecen no llevar a ningún sitio) diecinueve corredores.

Mi gran sueño era completar la ruta sin parar a dormir, en torno a las 50 horas, y pude completarla en 51 horas y 15 minutos, mal durmiendo tan sólo 20 minutos.

La mayoría de las fotografías las realicé sobre la bicicleta así que no salieron muy bien.


La primera fotografía sólo podía ser de La Romadera. 

Capítulo 1. En buena compañía.

Las infinitas rectas camino de Teruel, el calor, la cruda batalla contra el viento en el puerto de San Just, un terrible dolor en la planta del pie izquierdo, la sed a eso de las cinco de la mañana y el primer ataque de sueño en el kilómetro cuatrocientos y pico me hubiesen noqueado de no ser porque tuve la suerte de rodar acompañado.

Dos debutantes en la larga distancia (un zaragozano y un portugués) que fueron a la aventura, a improvisar, a dormir allá donde el sueño les pidiese una tregua, un alicantino muy experimentado, que sabía lo que hacía y yo, que soñaba con hacer la ruta sin parar a dormir, de llegar en 50 horas, formamos un grupo formidable.

Y hasta Caspe (Km 508), y gracias a ellos, pude guardar fuerzas y desconectar, no pensar en lo que todavía me quedaba por delante.

Fue el comienzo perfecto.

Escultura en Zaragoza de A. Orensanz, artista que es de mi pueblo, de Larués.









Entre Cariñena y La Almunia.


Entre Morata y Calatayud


Camino de Teruel y una foto de la ciudad.





Agónica pelea contra el viento en el Puerto de San Just.




Entramos en Calaceite para buscar una fuente. Lo cierto es que fue una noche muy cálida con temperaturas superiores a los veinte grados.

























Capítulo 2. Llegó la hora.

Ya en soledad las dudas comenzaron a pesar pero, entonces, me vino a la mente cómo pedaleaba mi amigo Jon en la Superbrevet de Argeles.

Lo hacía sin concesiones, mirando al frente, ni quejas ni lamentaciones, en un estado de máxima concentración, avanzaba de una manera implacable.

Me contagié de aquel espíritu, le imité, logré parar la zozobra y mantener la templanza.

Y a Sariñena (Km 620), donde me había citado con mis padres para que me llevasen comida y ropa extra con la que afrontar la lejana segunda noche, llegué bien, según el plan previsto.

Caspe.


Embalse de Mequinenza.



Este cartel me hizo una tremenda ilusión.



Camino de Sariñena.



Servidor en Sariñena (sin que sirva de precedente).



Capítulo 3. Bendita locura.

No puedo expresar lo que sentí desde Huesca (Km 670) hasta Sos del Rey Católico (Km 810) rodando por unas carreteas que conozco desde que tengo uso de razón así que me contentaré con describir los acontecimientos.

Quedé con dos amigos en Puente La Reina (Km 741) donde hice otra buena parada (de hora y pico) para comer y, sobre todo, desconectar.

Esta tregua me vino francamente bien y hasta el puerto de Sos fui sobrado, con las fuerzas intactas y la moral elevada.

Y así entré en lo desconocido, en la temible segunda noche.

Cerca de Ayerbe


Los mallos de Riglos

Bailo y San Juan desde el Puerto de Santa Bárbara


Camino de Ruesta y una foto de este pueblo




¡Cuatro Caminos!


Capítulo 4. Una hora tirada a la basura.

Me adelantó un coche, dejó una luz roja en el horizonte y aquel punto inmóvil, clavado sobre la carretera, retrató aquella recta, de diecisiete kilómetros, como algo interminable; tuve la sensación de que nunca llegaría a Ejea (Km 860)

Me desquicié, me rendí, me declaré en rebeldía y durante gran parte del camino (que es en ligero descenso) dejé de pedalear, ¿para qué iba a esforzarme si ni siquiera un coche podía avanzar en aquel terreno?.

Cuando llegué a mi destino mentalmente estaba roto así que busqué un hotel pero no encontré ninguno abierto.

No tuve otra que tumbarme en un banco pero comprobé que no tenía el suficiente sueño para dormir allí y los mosquitos acabaron por levantarme. Di otra vuelta en busca de un sitio mejor y acabé sentado bajo el techo de una gasolinera pero, entonces, se quejaron mis rodillas.

¡Deja de hacer el payaso!, me grité, levántate y continua la marcha, aquí sólo estás perdiendo el tiempo.

Y eso hice.

Castilliscar, entre Sos y Ejea.

En Ejea tenía que haber sellado pero cuando tomé la decisión de continuar (sobre las dos y media de la mañana) ya no encontré ningún bar abierto y realicé esta fotografía como justificante.


Capítulo 5. El momento más oscuro.

Del libro Los cañones de agosto (Barbara w. Tuchman):

 Joffe regresó allí por la noche (…) les dijo a los oficiales allí reunidos “Caballeros, lucharemos en el Marne”.
Firmó la orden que sería leída a las tropas cuando sonaran las trompetas a la mañana siguiente. (…) esta vez las palabras eran sencillas, casi cansadas, un mensaje oscuro y sin compromisos. “Ahora que empieza la batalla de la que depende la salvación de nuestro país, todo el mundo ha de recordar que ha pasado el tiempo de mirar hacia atrás. Han de hacerse todos los esfuerzos para atacar y rechazar al enemigo (…). Una unidad que no pueda avanzar debe, al precio que sea, defender sus posiciones (…) antes que retroceder. En las presentes circunstancias no será tolerado ni un solo fallo”. Eso era todo, había pasado el momento para subterfugios. No decía ¡adelante! ni invitaba a los hombres a la gloria. Después de los primeros treinta días de guerra del año 1.914, reinaba el presentimiento de que poca gloria podía alcanzarse.

Era el momento decisivo, y lo sabía, pero el miedo a quedarme dormido sobre la bicicleta se hizo insoportable, fue una carga demasiado pesada que no supe lidiar en solitario y pagué la falta de experiencia.

Bordeando Tauste (Km 890) la paranoia tiñó todos mis pensamientos y ante el pánico me desvié a Gallur (Km 900) en busca de un sitio donde dormir.

Encontré la estación de tren, un lugar amplio y completamente cerrado, miré la hora y me concedí una hora y veinte minutos. No iba a poder hacer la ruta del tirón pero sí podía llegar en 50 horas y quise apurar mis opciones hasta el final.

A los veinte minutos pasó zumbando un tren pero no me despertó porque todavía no había podido conciliar el sueño, lo hizo el siguiente, veinte minutos más tarde y decidí levantarme.

Serían las cuatro y media de la mañana, me dolía todo y estaba vacío, hambriento, pero ya no tenía miedo y proseguí mi camino.

Los siguientes kilómetros fueron una batalla desigual, librada sin fuerzas, guiado tan sólo por ese objetivo que ahora tenía al alcance de la mano, las malditas cincuenta horas.

La estación de Gallur.


Capítulo 6. Los errores del principiante.

Tenía que haber parado en el primer bar que vi abierto (antes de llegar a La Almunia, Km 960) pero pensé que ya no merecía la pena y en vez de realizar una buena parada tuve que hacer varias a toda prisa dándome así la hora cincuenta y uno.

Bueno, me dije, han sido los errores propios de la edad y no me lamenté.

En Muel (Km 1.000) resurgí y pude disfrutar los últimos veinticinco kilómetros quedando estos como un merecido premio.

No pude cumplir el sueño pero lo había dado todo, me había esforzado al máximo, en algún momento creí conseguirlo y me sentí orgulloso.

Eran las once y cuarto cuando llegué a la meta (Hotel Romareda) y la urna (donde hay que dejar la hoja de ruta) todavía no estaba preparada. No tuvo sentido pero debo admitir que sentí cierta alegría cuando el recepcionista me dijo que no esperaban que nadie llegase tan pronto, fue un pequeño premio a un gran esfuerzo.


Entre Magallón y La Almunia el paisaje me gustó aunque el tránsito de camiones hizo la carretera muy peligrosa.





 Más rectas entre La Almunia y Cariñena.












Aquí me di la enhorabuena.










Venga, la última.




Finalizo agradeciendo al Club Ciclista Aragonés y a Julián Montañés la organización de esta magnífica prueba que me regaló una jornada inolvidable y deseando que todos los compañeros pudieran completarla.