jueves, 14 de febrero de 2013

La foto tiene que estar positivada al revés. Algo no cuadra.


AVISO: Texto largo, farragoso y nada estimulante.

Y empiezo rescatando un breve pasaje del libro La casa de los encuentros:

Stalin dijo una vez: “No puedo tragar a los Judíos pero tampoco escupirlos” y en consecuencia se dedicó a masticarlos.

Pero, por partes.

Los ciclistas profesionales son honrados, son tipos duros, de una voluntad inquebrantable y una capacidad de sacrificio incomprensible para las personas corrientes.

Y esto lo digo porque, según mi criterio, hay que ser muy honrado para no escurrir el bulto tras una dura caída y acabar, no ya una etapa, sino un Tour entero.
Hay que ser duro para adentrarse en una aventura de este calado donde no podrás pedir el cambio o una hora de reposo, donde no hay salida, ni tregua.
Hay que amar mucho la profesión para jugarse la vida en un descenso a más de 100 Km/h por una victoria o, simplemente, para ayudar al jefe de filas.

Y estas cualidades, huelga decir, no vienen en jeringuillas ni en supositorios ni en metálico.

¿Y qué puede hacer que unos deportistas de esta categoría recurran a las trampas?, ¿qué puede ser capaz de hacerles manchar esa profesión que tanto veneran?, ¿qué hace que unas personas tan duras mentalmente se deshagan y, en casos extremos, se vean abocados al suicidio?.

En mi opinión, un sistema perverso, corrupto, salvaje.

Un sistema que permitió las trampas hasta el grado de que estas quedaron institucionalizadas y donde hacerlas se hizo necesario y, por lo tanto, moralmente no censurable.

Un sistema que, después, se dedicó a mirarlos con lupa, de repente, salió de caza y, obviamente, cazó.
Y los mismos que les obligaron, que les exigieron hacer trampas empezaron a reprocharles ser unos tramposos y no sólo les quitaron las cualidades físicas sino también las que he comentado en párrafos anteriores.
Les quitaron todo. De un plumazo dejan de admirarles, de respetarles y, además, les endosan un sentimiento de culpa, de traición.

Por otro lado me queda tratar sobre el cambio de comportamiento del sistema para con los ciclistas. Porque no siempre fue así. Hubo buenos tiempos.

Y ese cambio, entiendo, se produjo cuando empezaron a salir los primeros casos de dopaje “a gran escala” (como el Caso Festina). Ahí el sistema trató de salvar los muebles y lo hizo a costa de los ciclistas. Fue cobarde y no asumió su culpa. Cargó contra los ciclistas (fácilmente reemplazables) para preservarse a sí mismo y continuar exprimiendo ese circo tan lucrativo.

Y aún hay más: impuso unos controles exagerados e incompetentes tan sólo para mantener una duda eterna sobre los ciclistas, manchar su credibilidad y evitar así una posible rebelión.  Hemos llegado a un punto en el cual los ciclistas siempre estan bajo sospecha, den negativo o positivo.
Y por esto vemos a los ciclistas contando historias inverosímiles, incomibles, poniendo mil pretextos ante una evidencia o una simple sospecha. Y a mí ver a un tío honrado y duro mintiendo entre sollozos me produce escalofríos porque refuerza la imagen que el sistema quiere que tengamos de ellos.

¡Aah!, y la perversión más terrible, ese argumento subyacente que explica el por qué de los actuales recorridos (insulsos, tramposos, donde todo se resume en cinco minutos y una bonificación). Esa idea velada de que hay que hacer trazados menos exigentes para no exponer a los ciclistas a esfuerzos “sobre”-humanos. Yo no me creo que este criterio proteja a los ciclistas. No. Lo que hace es recluirles en recorridos donde no pueden explotar sus mejores virtudes y se fomente ese comentario de "como ahora no se dopan las etapas ya no son lo que eran".

Personalmente creo en los ciclistas profesionales y me quedo con lo bueno, con sus cualidades inimitables y no con el rol que les han obligado a desempeñar.

Opino que el sistema que envuelve y mueve al ciclismo profesional es de una perversidad absoluta, del mismo modo que comprendería que alguién me dijese que mi razonamiento es ventajista y rayano en la paranoia. Espero vuestras opiniones.

Y soy consciente de que no he matizado lo que entiendo por el sistema pero hablar sobre los verdaderos tramposos me llevaría un folio más y prefiero guardar esa tinta para escribir algún día sobre las exhibiciones que más me han impresionado y sus protagonistas: Eugene, Hampsten, Induráin, Chiapucci y Javier Otxoa. Y sus gestas, ajenas a su hematocrito, son incorruptibles, innegables, heroicas.

4 comentarios:

  1. Buena reflexión, Sam, con esa pasión fría que te caracteriza: pasión, porque revives día a día ese afán heroico; fría, de quien se aleja de ella lo suficiente para comprender los mecanismos del sistema, que siempre va a tratar de asegurar su supervivencia a costa de lo que sea. Está claro quiénes son los explotados y quiénes los explotadores, pero como entrevés, esa sustancia incorruptible, indivisa, permanece. Besos

    ResponderEliminar
  2. Hay cosas que nunca nos podrán quitar. Cuando tenga tiempo dedicaré un artículo a los ciclistas que he citado, una especie de "las grandes gestas de los héroes..." y que sintetizan lo que es el ciclismo (al menos para mí).
    Te he enviado un artículo para tu blog que ahonda en ese sentimiento de vacío que hoy los ciclistas (profesionales) tienen que soportar.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Permite que te aconseje una cosa: deberías intentar escribir un libro, nada menos, con estos y otros comentarios donde eres capaz de fundir ciclismo con los intrincados vericuetos de lo interior del ser humano y del entorno que lo contiene, que lo machaca, que lo explota, que lo venera etc.
    A por ello. Al excel con la idea.

    ResponderEliminar
  4. Tras los últimos retoques del calendario cicloturista la excel está overbooking y no admite más barbaridades....

    No obstante muchas gracias por tu comentario, me alegra, y me sorprende, que a alguien le haya parecido interesante este artículo.

    Un saludo.

    ResponderEliminar